La violencia de
género es la que ejercen los hombres sobre las mujeres en nombre de una
supuesta superioridad que aquellos creen tener. No es, por tanto, violencia de
género la que eventualmente puede practicar una mujer sobre un hombre, porque
no es real que las mujeres vayan haciendo ostentación pública de ninguna
superioridad sobre el otro sexo.
Se llama de género porque la supuesta
superioridad del machista la ejerce imponiendo unos modelos sociales, los
géneros, que le reservan a él los papeles más importantes y decisorios en la
sociedad, mientras que las mujeres deben limitarse a los roles más irrelevantes
y siempre al servicio de los hombres. Así, el género masculino será el
dominante, según los machistas, mientras que el género femenino será el propio
de las dominadas.
La violencia de género es la consecuencia de un proceso de discriminación, de un deseo de tratar
de forma desigual a los que son iguales. Toda discriminación responde a un interés y, en el caso de la ideología
machista, éste consiste en tratar de tener en casa una especie de esclava al
servicio del hombre, a la que se le pedirá toda clase de servicios y a la que
se castigará hasta la muerte si no responde convenientemente a las
expectativas.
Detrás de la violencia de género está un tremendo prejuicio en el que cree
interesadamente el machista: que lo masculino es superior a lo femenino y que
los hombres tienen más derechos que las mujeres. Como todos los prejuicios, éste
no está fundamentado y no es más que la excusa
que usa el machista para justificar
su pretendida superioridad.
Conviene estar bien atentos, sobre todo las chicas, a los
primeros síntomas de prácticas
machistas, como suelen ser el prohibir determinadas vestimentas, el control de
las llamadas en el móvil, la decisión sobre las amistades o los horarios y los
detalles que quitan la libertad en la vida cotidiana de la mujer. Deben
cortarse desde un principio estas prácticas porque el riesgo de que acaben en
violencia de género es más que evidente.
Cualquier ser humano sensato y consciente de lo que
representa su humanidad debe ejercer y exigir que la vida se base en el
principio de igualdad: todos somos
diferentes, pero iguales. Diferentes en el aspecto físico e incluso en la
manera de pensar, pero iguales en derechos y sin que quede justificado ningún
tipo de discriminación.
No a la violencia
contra las mujeres.
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