JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
EL
PAÍS - 16-07-2011
Ahora
que La dama del armiño pasa el verano en el Palacio
Real de Madrid, la mayor extravagancia era ir a ver la copia de La
Gioconda que hasta hace unos días colgaba en el Museo del Prado.
No es un secreto ni es un secreto a voces, pero ahí estaba, al lado
de la luminosaAnunciación de Fra Angelico y del
desolador Cristo muerto de Antonello da Messina.
Dura competencia para una tabla salida de la mano de un artista
anónimo del siglo XVI que la habría ejecutado a partir del modelo
que Leonardo empezó a pintar en 1503.
El
museo madrileño no siempre la expone, pero su vuelta al almacén
tiene algo de retirada, porque pronto hará un siglo del hecho que
contribuyó como pocos a que el retrato de Lisa Gherardini se
convirtiera en el cuadro más famoso del mundo. El 21 de agosto de
1911, un pintor italiano que había trabajado en el Louvre llamado
Vincezo Peruggia sacó la Mona Lisa del marco y se
la llevó escondida bajo la chaqueta. Era lunes, día de cierre de
las salas, y el robo cobró la magnitud de un secuestro. Durante la
semana de pesquisas en que la pinacoteca permaneció cerrada, el
acontecimiento corrió como la pólvora por una ciudad que todavía
era la capital cultural del planeta y que hacía poco había
estrenado una maquinaria informativa inédita hasta entonces: casi 40
periódicos que vendían en total un millón de ejemplares diarios.
Muchos usaron por primera vez el color para imprimir una réplica
de La Gioconda. Cuando el Louvre reabrió sus puertas,
cientos de personas que nunca habían puesto los pies allí hicieron
cola para ver el hueco dejado por el cuadro. La ceremonia se prolongó
durante días y en ellas llegó a participar Franz Kafka, de viaje en
París.
Tras
acusar del robo a Apollinaire, que pasó fugazmente por la cárcel,
la policía se resignó a no recuperar la pintura. Sin embargo, dos
años más tarde, Peruggia, que la tenía en su casa, se la llevó en
tren a Florencia para ofrecerla a un anticuario. Terminó en los
carabineros. La Mona Lisa volvió a París,
apoteósica, después de ser expuesta ante las multitudes en Roma y
en Milán. Empezaba a germinar la semilla de la fama. Los ataques de
los vanguardistas y los iconoclastas y, sobre todo, sus viajes
triunfales a Estados Unidos (1963) y Japón (1974) harían el resto.
Hoy parece imposible que tales salidas se repitan. Nos queda,
intermitente, La Gioconda del Prado.
Artículo publicado en el diario El País el 17 de julio de 2011.
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