21 abril 2009

Proyecto Comenius. Viaje a Dax / 7


Día 7

Era jueves y era el día grande, el día de la representación del cuento.

A las 9 de la mañana quedamos para ir a los ensayos en el teatro Atrium, de Dax. Se trataba de un local grande, en el que subirse al escenario era sentirse prácticamente como si se fuera un profesional.

Hay un poco de miedo escénico, un poco de nerviosismo propio del que accede por primera vez a un lugar extraño, en el que, además, tiene que hacer algo y hacerlo bien.

Poco a poco los alumnos se van familiarizando con el marco y su nivel de confianza va aumentando. Esto se va notando, lógicamente, en la calidad y en la seguridad que van demostrando en los sucesivos ensayos. Los cuatro equipos de actores parecen buenos, pero quizás el equipo español destaque un poco sobre el resto por su originalidad, por su puesta en escena, por el evidente trabajo que han hecho con el texto y porque Inés Marcos, Susana García Soriano, Mónica García de Castro y todos los demás tienen una calidad evidente y sus personajes salen muy trabajados y brillantes.

A las 12 h., más o menos, hacemos un descanso merecido y nos vamos de nuevo al Calicéo, esta vez con los alumnos. Es curioso cómo una misma cantidad de tiempo, por ejemplo, dos horas, pueden parecer eternas, como es el caso de cuando estás esperando a alguien que no llega, o, por el contrario, podemos vivirlas como si fueran un suspiro, como cuando estás en una clase sobre Kant o, en un ejemplo aún más claro, si es posible, si estás en el Calicéo. Dos horas metidos en el agua recibiendo chorritos, chorrazos y borbotones por todas partes es una experiencia demasiado corta y que pide a gritos su repetición.

Profesores y alumnos metidos en la misma piscina y tomando juntos baños de vapor en el Hamman. Una imagen insólita que muestra a seres humanos diversos en muchos aspectos, pero viviendo juntos la vida. Como era de esperar, salimos todos muy relajados y emprendimos el regreso al teatro.

Hicieron los alumnos un nuevo ensayo. Se les notaba ahora más tranquilos. La parte italiana había crecido bastante en duración, posiblemente porque el profesor Roberto Pizzi es un mago de la improvisación y lo mismo es capaz de encender una luz con el chasquido de los dedos que adivinar el nombre de la profesora polaca que le había soplado un poco antes su colega Giovanni Olivieri. Algo se inventó mientras estábamos en el Calicéo, porque el cuento que ensayaban ahora parecía otro. Los españoles estaban aún más seguros que antes.

A la hora de la representación todo estaba bien. Nuestras actrices tenían esa discreta tensión que les hace dar más vida a los papeles que van a representar y los profesores estábamos más tranquilos viendo que los alumnos respondían perfectamente al reto.

A las 20.15 h. comienzó la función y el grupo español lo bordó (aunque suene parecido, esto no tiene nada que ver con Burdeos. Estábamos en Dax). Desde Sara Zorzo y Ray Jiménez, caracterizados de árboles del bosque y pasando un calor de aúpa, a las tres protagonistas, pasando por Vanesa Cámara, que se pintó la cara y el cuello de azul pitufo y tardó varios días en quitarse de encima el color, por Arancha Chincolla, en el cansadísimo papel de una madre enferma y siempre tumbada en la cama, por Juanma Villarejo, como Robin Hood, el defensor de los pobres, por Mari Gutiérrez en el papel de una Pocahoontas que adora a Robin Hood, y por Paloma Pericet, en una esmeralda atractiva y seductora, todos estuvieron a la altura que se esperaba. Un éxito.

Los españoles actuaron después de los franceses. Cuando comenzó Inés, con su precioso vestido celeste, a hacer su papel y luego le siguió Susana con la sorpresa de los patines, todo el teatro estaba en absoluto silencio, cosa que duró hasta el final de la obra. La realidad es que todos los grupos estuvieron muy bien, cada uno con su forma de entender el cuento y de mostrarlo.

Después de la representación del cuento, Susana y Mónica, vestidas de gala para la ocasión, cantaron a su aire, sentadas en el borde del escenario, con una soltura tal que cualquiera diría que en vez de dedicarse a estudiar el imperativo categórico, estuvieran todo el día ensayando sus canciones. Quedaron muy bien.

La función acabó a eso de las 11 de la noche y cada cual se fue a su casa a cenar. Un rictus de satisfacción quedaba en la cara de todos.



Mañana más fotos del espectáculo.

.

No hay comentarios:

Publicar un comentario