09 enero 2009

CTS y Deportes / 4


El contrato del dopaje


Ciencia hecha con el fin de hacer trampas / 1



Un equipo ciclista colombiano recibe una oferta para ser patrocinado por una empresa que produce fármacos que pueden ser utilizados como sustancias dopantes. La empresa, está interesada en asociar su imagen a los valores de lo saludable propios del deporte. Pero el equipo ciclista se debate entre el interés de los corredores que quieren obtener la máxima retribución por su dura actividad y otras consideraciones como las del prestigio del equipo y el país si se acepta el mecenazgo de una empresa que produce sustancias prohibidas para los deportistas. Los usos socialmente aceptados y prohibidos de los fármacos, la posibilidad de encontrar soluciones químicas para el desenmascaramiento del fraude por dopaje en la competición deportiva, el uso que la sociedad hace del deporte como instancia refrendadora o sancionadora de ciertos valores sociales o la responsabilidad de los anunciantes respecto de aquello que apoyan, son algunos de los aspectos que se plantean en una decisión tan compleja como aceptar o no este contrato de patrocinio.

La esperanza y la calidad de vida en los países desarrollados crecieron mucho durante el siglo XX, apoyadas en el auge y extensión de las tecnologías de la salud. La medicina preventiva, las prácticas quirúrgicas y la farmacología son algunas de las ramas de la medicina en las que se apoyó este crecimiento. La mejoría de las condiciones de salubridad en todos los ámbitos en los que se desenvuelve la vida de los ciudadanos y el incremento de los hábitos saludables de la población han tenido, también, una gran importancia.


Esta mejoría ha sido valorada como una conquista social indiscutible por las sociedades que la han alcanzado y cada grado de su desarrollo se ha asumido como si su existencia fuera sólo un escalón obvio en el camino hacia nuevas innovaciones y mejorías cuyo fin se desconoce.


La parte rica del mundo ha llegado a tener a su disposición un arsenal terapéutico enorme que además crece a un ritmo alto, estimulado por una demanda insaciable. Las aspiraciones a la salud de quienes pueden pagárselo son, de entrada, ilimitadas y, tanto en los sistemas sanitarios socializados, en los que el Estado se hace cargo del gasto, como en los privatizados, en los que el coste recae directamente en el individuo o en la empresa que le contrata, la preocupación por el tamaño de la factura sanitaria se ha convertido en una prioridad.


La industria farmacéutica es percibida por el ciudadano común como una fuente inagotable de productos casi mágicos, una reserva ilimitada de tecnociencia de directa aplicación sobre sus más serios e íntimos problemas. Para quienes tienen que hacerse cargo de la factura, sin embargo, la industria farmacéutica entraña otras características menos favorables porque la elevación de los costes en muchos casos no se acompaña de una mejoría terapéutica demostrable con total independencia, porque parte de sus investigaciones se dirigen al tratamiento de aquellas enfermedades que pueden producir mejores resultados económicos de la mejor manera en que además pueden producirlos: construyendo pacientes supeditados a tratamientos farmacéuticos infinitos, fidelizando clientes involuntarios.


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