05 enero 2009

Esposa a los 8 años


En el diario El País del 27 de diciembre de 2008 aparece un comentaruio en relación con la costumbre exitente en determinados países de vender a las hijas en matrimonio para resolver así problemas económicos.

Esto muestra una vez más que las costumbres, las culturas deben ser respetadas mientras permanezcan dentro del marco inviolable de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Cualquier práctica que no respete algún derecho humano debe ser rechazada y combatida, si se quiere colaborar a crear un mundo humano.

Ponemos aquí el texto aparecido en El País.



La niña tiene ocho años y nadie se lo ha dicho, pero está casada contractualmente con un hombre de 58. Esa monstruosidad ha ocurrido en Arabia Saudí, donde las mujeres no están autorizadas a conducir y viven, en general, en situación de pavorosa indefensión jurídica.

El padre ha firmado el contrato de matrimonio de su hijita con un varón que es incluso más mayor que él, a cambio de una dote de 30.000 riales, 6.000 euros, porque pasa por dificultades económicas.

La madre de la niña, separada del desnaturalizado vendedor de criaturas, presentó de inmediato una demanda de divorcio, pero el juez, administrador de la sharia, o ley islámica, ha rechazado la petición por considerar que no está capacitada para formularla, y que únicamente la niña, cuando llegue a la pubertad -edad indeterminada- está facultada para hacerlo. La infantil esposa vive con su madre y es posible que no llegue a comsumarse el matrimonio, pero nadie puede garantizar nada, como tampoco está nunca claro a qué atenerse en estas cuestiones del derecho de familia islámico, que en la versión wahabí de Arabia es particularmente -dicen- rigorista, aunque mejor habría que decir inhumano.

El abogado de la madre apelará, pero él mismo confiesa que el juez tiene un margen de actuación no codificado, con lo que en esos tribunales gana el que gana y pierde el que pierde, sin que se sepa a menudo por qué. Y, tranquilos, porque podemos seguir rechazando la visión eurocéntrica de las cosas, si recalcamos que esto no puede ser una cuestión de usos y costumbres, sino que nos hallamos ante un caso palmario de violación de los más elementales derechos humanos. Aquí, en Arabia o entre Pinto y Valdemoro, casar a una niña, aunque de momento no se la obligue a consumar, es una salvajada que no tiene nombre.

En ese aparente caos jurídico en el que vive el país -que no es norma para el resto del mundo islámico- no dejan, sin embargo, de darse brotes de racionalidad. El Gran Muftí -altísimo clérigo- Abdul Aziz al Sheik ha denunciado el matrimonio impúber como contrario al verdadero Islam.


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