Hace unos días les propuse a mis alumnos un ejercicio en el que tenían que darle un final a este relato. Estos son sus finales, ¿qué os parecen?
No sabría decir con exactitud cuándo comenzó todo. Creo que el primer día que empecé a notar síntomas raros fue el pasado jueves. Salía de casa, camino del trabajo. Iba un poco tarde. Quizá fue debido a eso que olvidé cerrar con la llave la puerta blindada que convierte mi casa en un territorio inexpugnable. No sé, es raro porque nunca suelo olvidarlo. El caso es que, mientras el ascensor cerraba su puerta, vi pasar a una vecina. Iba perfectamente arreglada, con su estupendo abrigo y, sin embargo, algo desentonaba. Juraría que iba en zapatillas. La puerta se cerró y no tuve tiempo de asegurarme.
Al llegar a la oficina todo parecía normal, pero en seguida comencé a notar pequeñas cosas que no encajaban. César no recordaba nuestra cita del viernes. Susana se había traído a su bebé al trabajo porque había olvidado pasar a dejarlo en la guardería. Carlos entró en mi despacho siete veces con la intención de decirme algo que nunca recordaba. La camarera había olvidado cómo tomo el café, ¡después de diecisiete años tomándolo siempre igual! Con leche templada, en vaso y sin azúcar.
Llegué a casa y la puerta estaba entreabierta. Me asusté, como es lógico. Al entrar noté que alguien había estado allí. Comprobé que faltaban algunas cosas de valor. Llamé a la policía y cuando vinieron los agentes insistieron en que la puerta no estaba forzada, así que decididamente debí de olvidar cerrarla. No sé, es raro porque nunca suelo olvidarlo.
Al día siguiente tomé un taxi, no recuerdo adónde quería ir exactamente. Bueno, el caso es que después de un rato observando cómo el taxímetro corría y que no terminábamos de llegar, me di cuenta de que el conductor había olvidado la dirección que le había dicho. Él insistía en que no, pero yo juraría que sí.
Las cosas han continuado así desde entonces y…
Emma Fisteos
Dpto. de Lengua y Literatura.
IES Luis Buñuel. Alcorcón.
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